Velada
—¿Qué haces aquí?
Aún sabiendo la respuesta, me observaste con la misma determinación de siempre, en realidad querías que me fuera en ese momento, en realidad querías que desapareciera para siempre de tu vida, en realidad añorabas con poder pasar un solo día sin mis lastimosas palabras, que para este punto ya te tenían más que sobrepasada y con el tope máximo de la paciencia que ya casi dejaba de existir, al ver como el maquillaje descendía por tus mejillas. ¿En realidad esa fiesta era tan importante para ti? No lo comprendes, no lo asimilas aún. Nada es más importante que yo, ¿recuerdas? Tú misma me lo has dicho millones de veces, incontables, cada vez que me abrazabas, cada vez que me besabas, cada vez que reíamos, cada vez que tuvieras oportunidad de expresarlo, lo decías con el mismo sentimiento e intensidad con la que ahora me volvías a preguntar. Esta vez con una voz levemente más baja y sutil, pero aún, sin esforzarme, podía apreciar fácilmente el dolor incontrolable gritando dentro de ti.
—¿Qué haces aquí?
Era claro a la vista que no habías dormido en días, tu cabello desordenado, los montones de envoltorios de comida tirados en tu sala, los cuales alcanzaba a apreciar desde tu puerta, ese leve olor a podredumbre. ¿En serio querías asistir a esa fiesta? Deberías agradecerme incluso de pararme aquí en tu puerta esta noche, una que goza de nosotros viéndonos en su máxima expresión. Era majestuosa la manera en la que brillaba en tus pupilas, me hacían querer tener la posibilidad de volver a acurrucarnos desnudos sobre tu cama, contemplándonos y haciendo validez de nuestra existencia. Como era tan potente ese pensamiento.
Nunca lo sabré, al menos ya no más.
Ya no más.
Porque aquí estas ahora tumbada entre mis brazos, tumbada y sin esa expresión en tu rostro, tumbada y sin esa agonía por la que estabas pasando, tumbada… porque ninguno de los dos podría haber predicho la situación, porque la vida nos puso en esa misma oficina y nos dijo que debíamos permanecer unidos y que debíamos amarnos, amarnos y olvidar al mundo, desechar las desgracias y ser fieles solo a nosotros mismos. Sabes que funciono, aún si te lo pudiera preguntar ahora, sé que me responderías lo mismo, porque te conozco y tú me conoces mejor que nadie... mejor que nadie... ¡MEJOR QUE NADIE!
Debí haberlo advertido, debí haberme dado cuenta de la presencia indeseable que se asomaba por tu ventana, una presencia que no antojaba más que venganza por nuestra muerta felicidad. Solo tomo un segundo y todo lo que se podía hacer para solucionar la situación, todo lo que había planeado para recuperarte, había quedado en vano, solo eso tomo, un segundo de ese estruendoso sonido seco y tu vida, mi vida se precipitaban con una delicadeza totalmente inesperada. Su rostro de sorpresa y arrepentimiento al momento de apretar aquel gatillo no me interesaba en lo más mínimo, solo podía reaccionar a caer en un infinito dolor, sin pedir ni la menor explicación, el shock por el cual estaba atravesando no me dejaba hacer más que abrazarte cada vez con más fuerza, viendo como Courtney se alejaba y aceleraba despavorida por la ventana gimiendo a lo lejos. Ahora no me queda nada, no puedo hacer más que sentarme, contemplar y repasar los hechos una y otra vez, castigándome por no poder evitarlo, por no poder ser un poco más humano y llamarte antes, por no poder ser más realista y asumir mi culpa, eso es algo en lo que te has transformado, en una culpa, en un recordatorio de lo inútil que es mi vida porque tú no estás conmigo, como debería ser y como debería seguir siendo. ¿Y sabes qué? No lo quiero.
No quiero este sentimiento, no quiero nada del odio ni esas miradas de arrepentimiento que me das cada vez que abro los ojos. Quiero deshacerme de todo, pero no puedo. Solo existe una salida y esa es acompañándote en tu sufrimiento, ser parte de él. No llores más amor mío, porque voy en camino.