El regalo
Hace unos días un hombre salió a comprar un juguete para su hijo, se acerco a un pequeño bazar cerca de un pasaje donde esperaba encontrar algún artilugio lo suficientemente atractivo para el pequeño y alcanzable para su bolsillo. Mientras ingresaba al lugar en cuestión, observa que juguetes es lo que menos hay en venta, por lo que el padre desilusionado comienza a dar media vuelta, pero es detenido por el dueño que parecía estar ausente por unos momentos.
—Buenas tardes buen hombre, dígame… ¿en que lo puedo ayudar?
El padre vio detenidamente al octogenario mientras se ponía en posición frente al mesón de vidrio que abundaba de calcomanías. No parecía ser una de las tiendas muy excéntricas ni con objetos de alta costura asimilada a los altos precios pegados en todos y cada uno de los productos en venta que sobrepasan a simple vista el valor real de cada cosa en muestra, por lo que ya no le hacía gracia preguntar siquiera por algún juguete para un menor de cuatro años que esperaba impaciente junto a su madre en un sillón que fue regalo de bodas junto a un televisor, de esos que ni entrada de video tienen. Pero, sucedía que en la falta de lugares abiertos a esa hora y posiblemente mucho más alejados, el padre llego a la conclusión de que no perdía nada más que cinco segundos preguntando, esperando el anciano se apiade del caballero que solo quiere hacer feliz a su hijo al menos por unos minutos.
—¿Tiene juguetes para niños?
Comenzó entonces el hombre, matando el silencio que se había interpuesto desde la última pregunta realizada, que ya pasaba a ser incomodo incluso para el viejo.
El anciano sin responder aun, levantaba su dedo en señal de espera, poniéndose de inmediato a hurgar en una caja que parecía estar detrás de dos muebles también de vidrio, al menos gran parte de ellos, por lo que se notaba la delicadeza con la que el vendedor pasaba y apoyaba su mano.
Un minuto pasaba desde la inmersión en búsqueda de algún tesoro peculiar digno de un niño y el padre lo aprovecho por completo ampliando la mirada hacia lo demás que había pasado por alto, entre el pensamiento de irse o quedarse a ver la sorpresa del anciano, divisa lo que justificaría que ahora el viejo parecía tener nombre.
Frank Pochinsky
93 años
Una tarjeta de presentación se asomaba de entre todas esas calcomanías que había pasado por alto en la primera ojeada. Después del descubrimiento, el padre un poco más preocupado por la salud del viejo Frank que del camino a oscuras que le esperaba afuera, es que decide hacer llamado de atención esperando alguna respuesta y alivio de cualquier tipo.
—¿Frank?
Menciono el adulto joven un poco sorprendido por la facilidad de andar tuteando a un completo desconocido, aun cuando Frank, con la poca palabrería, parecía transmitir esa facilidad hacia el cliente —“debe tener unos hijos muy educados” —,pensó durante la espera, a lo que aparece precisamente el susodicho sosteniendo una caja entre sus manos, que ahora protegía con guantes negros.