¡Showtime!
—Sincroniza los sentidos, despeja tu mente y acoge mis palabras porque solo las diré una sola vez. ¿Recuerdas cuando llegaste? ¿Recuerdas cuando cruzaste mi puerta sin que yo te diera el preciso permiso, ni palabra cordial? Mírate ahora, divisa en donde te has metido, ciertamente desearías poder volver atrás en el tiempo y advertirte a ti mismo el no hacer tal irrefutable acto. Lástima me das, pero por favor, no contestes, no quiero que gastes tus fuerzas, preferiría las guardes para tu próxima función… bonito y atento ¿ok?
El hombre soltó por fin la cabeza del joven, este solo dejaba caer más saliva de su boca, con un jadeo doloroso, indicándole al hombre la necesidad de agua. El corpulento hombre dio media vuelta y se dirigió hacia un pequeño vagón de madera que no había sido aseado hace mucho tiempo, la sangre y sudor que teñían tal superficie enunciaban cierta felicidad en el rostro de quien obtenía con una ruda lentitud un pequeño recipiente con líquido en su interior.
El hombre, con un poco de dificultad, vuelve hacia el joven y esta vez se apoya en una de las cadenas que sujetan cada una de las extremidades del joven, de manera abrupta y torpe, un quejido sollozo emana la pequeña habitación y el joven comienza a temblar, con mas quejidos que pasan a ser una acumulación de llantos desesperados por escapar, el hombre los puede notar, lo ha visto ya varias veces, entonces sostiene agresivamente el mentón del joven y lo levanta rápidamente, poniendo una expresión de completo desagrado. El joven simplemente no podía siquiera observarlo y a la vez no quería hacerlo.
—¡Vamos! Bebe tu agua, ¿no es que lo tanto ansías? —menciona, acercando el recipiente hacia los dientes sellados por el joven, ahora su rostro paso de desagrado a completo odio. —¡No quieres tomarla! ¡Fui a buscarla para ti! ¡¿Acaso me has hecho caminar en vano?!
Sin dejar de gritar, el hombre suelta el mentón del muchacho y azota el recipiente sobre la cabeza de un ya moribundo adolescente, su casi inconsciencia dio pie a su recordatorio de llevarlo a escena.
—No te me vayas aún, alégrate, porque es ¡hora del espectáculo!
El hombre se posiciona detrás del joven y comienza a empujar la barandilla instalada en la jaula movible del muchacho y sin más que añadirle al que se lleva, gira su cabeza sobre su hombro izquierdo y da una rápida y enfermiza mirada a Cariel, quien ya no podía soportar más lo que tenia frente a sus ojos.
—No te preocupes amiguito, tú sigues.
A paso lento, pero que se podía distinguir estruendoso, el hombre y aquel agónico joven atraviesan juntos las cortinas de grueso plástico, dejando atrás la oportunidad de escape hacia la libertad.
Cariel recobra su voluntad y con movimientos completamente desesperados comienza a observar a su alrededor, la inquebrantable idea de muerte inminente sostenía su percepción a niveles insospechados. Sentía que podía incluso sentir el calor de quien previamente ha estado antes que él, allí de manos atadas enganchado a la pared. Entre tanto ajetreo logro descubrir y movimiento logro soltar aquel viejo gancho, su felicidad no podía para nada cerca, porque si aun pudiera zafar de la pared, aún quedaba mucho por recorrer si quería escapar. Apoya la planta de sus pies en la pared y comienza a estirar con todas sus fuerzas, soltando más y más lo que lo restringe, sus muñecas no daban más, pero aquello no detenía ni por un segundo su voluntad. Luego de cinco minutos de esfuerzo sin descanso, Cariel apenas y sintió su rostro golpear el piso cuando por fin había separado el anillo en la pared. Se pone de pie y da una rápida vista a la habitación. La luz roja de la cómoda no otorgaba vista ni de las escalofriantes esquinas, impidiendo la búsqueda de algo útil en la oscuridad que dominaba gran parte del espacio. Aun así no había tiempo para preguntarse cómo es que el hombre lograba ver con tan poca luz.
Sigiloso y veloz se desliza por el piso que puede ver con claridad, a los pocos segundos logra denotar en otra pared un juego de cuchillos acomodados en fila, pero que yacían muy alto.
—¡La banca del hombre! —pensó Cariel.
Una sorpresiva gama de diferentes sonidos es la que se logra escuchar desde la lejanía y salir con sus manos atadas sin conocimiento alguno de lo que hay al otro lado de la puerta es algo a lo que Cariel no quiere exponerse, esto es vida o muerte, quiere jugarlo bien.
Una voz grave nace desde el otro lado de la puerta, a la distancia, pero acercándose, sus manos vuelven a temblar, esta vez sus pierna se unen al baile.
El tiempo que queda para que el hombre vuelva es desconocido y Cariel debe escoger rápidamente lo que debe hacer.